La historia del siglo XX quedó marcada a fuego por dos nombres que resuenan con una solemnidad abrumadora: Hiroshima y Nagasaki. En agosto de 1945, estas dos ciudades japonesas se convirtieron en el epicentro de un nuevo tipo de devastación, alterando para siempre el curso de la Segunda Guerra Mundial y dando inicio a la era atómica. Hoy, más de ochenta años después, ambas se han levantado de sus cenizas como vibrantes metrópolis y, sobre todo, como poderosos símbolos de paz y resiliencia. Para el viajero consciente que busca comprender las profundidades de la historia humana, la visita a uno de estos lugares representa una peregrinación casi obligatoria, un viaje tan desgarrador como necesario.
Frente a la planificación de un itinerario por Japón, surge una pregunta compleja y profundamente personal: si el tiempo o los recursos limitan la elección, ¿qué ciudad ofrece una experiencia más completa para entender la tragedia y su legado? ¿Hiroshima, el primer objetivo, cuyo nombre es universalmente sinónimo de la bomba atómica? ¿O Nagasaki, la segunda ciudad, con su historia única, su contexto internacional y su propio y conmovedor relato de destrucción y renacimiento? Aunque ambas comparten un pasado trágico, ofrecen perspectivas distintas y complementarias. Esta guía periodística se adentra en lo que cada ciudad ofrece al visitante, analiza sus diferencias y similitudes, y ofrece una guía práctica para llegar a ellas desde el corazón de Japón, Tokio.
Hiroshima: El epicentro del Mensaje por la Paz

Visitar Hiroshima es sumergirse en el epicentro simbólico del desarme nuclear. La ciudad ha dedicado una parte significativa de su identidad a recordar al mundo la catástrofe del 6 de agosto de 1945 y a promover incansablemente un futuro libre de armas nucleares. Esta misión se materializa de forma sobrecogedora en el Parque Conmemorativo de la Paz, un extenso y emotivo espacio verde construido en el corazón comercial y político de la ciudad que fue aniquilado por la bomba.
El punto de partida de cualquier visita es la Cúpula de la Bomba Atómica (Genbaku Dome). Este esqueleto de hormigón y acero, el antiguo Salón de Promoción Industrial de la Prefectura de Hiroshima, es una de las pocas estructuras que quedaron en pie cerca del hipocentro. Verlo en persona, con el río Ōta fluyendo serenamente a su lado, es una experiencia impactante que conecta de inmediato al visitante con la escala de la destrucción. Es el mudo testigo de la historia, preservado tal y como quedó tras la explosión.

Cruzando el puente se accede al corazón del parque, donde se encuentran el Cenotafio para las Víctimas de la Bomba Atómica, un arco de hormigón que alberga los nombres de todas las almas que perdieron la vida, y la Llama de la Paz, que arderá ininterrumpidamente hasta que la última arma nuclear del planeta sea destruida. La atmósfera aquí es de profundo respeto y contemplación. Sin embargo, la experiencia culmina en el Museo Conmemorativo de la Paz de Hiroshima. Este museo, de visita obligada, es una institución de clase mundial que narra los hechos de forma cruda y directa. A través de una museografía impactante, expone artefactos recuperados de los escombros —un triciclo calcinado, relojes detenidos a las 8:15 de la mañana, sombras de personas impresas en piedra por el calor— y testimonios desgarradores de los hibakusha (supervivientes). El museo no busca el morbo, sino educar con una fuerza visual y emocional innegable, mostrando el antes, el durante y el después de la bomba, y detallando sus catastróficos efectos sobre la población civil. La visita es dura, pero esencial para comprender la dimensión humana de la tragedia.
Más allá del parque, la Hiroshima moderna es una ciudad bulliciosa y optimista. Esta dualidad es parte de la experiencia: ver cómo la vida ha florecido de nuevo con tanta fuerza en un lugar que fue sinónimo de muerte es, en sí mismo, un poderoso testimonio de la capacidad humana de superación.
Nagasaki: una historia compleja

Aunque a menudo queda en segundo plano frente a Hiroshima, Nagasaki ofrece una perspectiva igualmente profunda y, en ciertos aspectos, más matizada. La bomba que cayó sobre la ciudad el 9 de agosto de 1945, apodada «Fat Man», era de un tipo diferente (plutonio frente al uranio de Hiroshima) y detonó sobre un valle, el distrito de Urakami, lo que contuvo parte de su fuerza destructiva. Sin embargo, la devastación fue terrible y se ensañó con una de las comunidades cristianas más antiguas de Japón.
El Parque de la Paz de Nagasaki y sus alrededores constituyen el núcleo de la conmemoración. A diferencia del parque de Hiroshima, situado en una explanada, el de Nagasaki se extiende por una colina. La imponente Estatua de la Paz, una figura masculina de 10 metros que apunta al cielo para advertir de la amenaza nuclear mientras su otra mano extendida simboliza la paz, es el icono de la ciudad. A sus pies, la Fuente de la Paz recuerda la desesperada búsqueda de agua de las víctimas quemadas. Cerca de allí, el Parque del Hipocentro marca con una sobria columna de granito negro el punto exacto sobre el cual explotó la bomba.

El Museo de la Bomba Atómica de Nagasaki complementa perfectamente al de Hiroshima. Mientras que Hiroshima se centra en el impacto humano a gran escala, el museo de Nagasaki ofrece una narrativa quizás más enfocada en el contexto internacional, la carrera armamentística y el desarrollo de las armas nucleares, además de presentar su propia y conmovedora colección de artefactos y testimonios. Un elemento distintivo y profundamente emotivo es la sección dedicada a la Catedral de Urakami, que en el momento de la explosión era la iglesia católica más grande de Asia Oriental y quedó completamente destruida. Las estatuas de santos, quemadas y decapitadas por la explosión, son un recordatorio de la singularidad de la tragedia de Nagasaki.
Pero la historia de Nagasaki no comienza en 1945. Durante más de 200 años, en el período de aislamiento de Japón (sakoku), el puerto de Nagasaki fue la única ventana del país al mundo exterior a través del puesto comercial holandés en la isla artificial de Dejima. Visitar la reconstruida Dejima es como viajar en el tiempo, ofreciendo un fascinante contrapunto a la historia del siglo XX y mostrando una ciudad con una rica herencia internacional que va mucho más allá de la bomba. Esta complejidad histórica, que fusiona el comercio, el cristianismo y la tragedia atómica, dota a Nagasaki de una atmósfera única, quizás menos abrumadoramente centrada en un solo evento que Hiroshima.
¿Cómo elegir? Atmósfera y experiencia
La elección entre Hiroshima y Nagasaki depende en gran medida de lo que el viajero busca. Hiroshima es directa, monumental y universal. Su mensaje es claro, unificado y presentado con una fuerza que deja una marca indeleble. El Parque de la Paz, con su diseño abierto y sus icónicos monumentos, está diseñado para el peregrino global y cumple su función de manera impecable. Es la elección lógica para quien busca el epicentro del recuerdo atómico.
Nagasaki, por otro lado, ofrece una experiencia más íntima y compleja. Su geografía montañosa hace que los sitios conmemorativos estén más dispersos, invitando a una exploración más pausada. La visita se siente menos como un único evento y más como el descubrimiento de las múltiples capas de una ciudad con una historia rica y diversa. La influencia internacional, visible tanto en Dejima como en la historia cristiana, añade una dimensión que enriquece la comprensión del lugar. Para el viajero que ya conoce la historia general y busca una perspectiva diferente o para quien aprecia la confluencia de diferentes narrativas históricas en un mismo lugar, Nagasaki puede resultar una elección profundamente gratificante.
En resumen:
- Visita Hiroshima si: Buscas el epicentro icónico y universal del movimiento por la paz, una experiencia directa y emocionalmente poderosa, y una visita concentrada en un área monumental de fácil acceso.
- Visita Nagasaki si: Buscas una narrativa histórica más compleja y multifacética, una atmósfera más íntima y reflexiva, y te interesa la historia de las relaciones internacionales de Japón más allá de la Segunda Guerra Mundial.
Cómo llegar desde Tokio: La ruta más conveniente
Llegar a ambas ciudades desde la capital, Tokio, es relativamente sencillo gracias a la formidable red de transporte de Japón. La elección entre tren y avión dependerá del presupuesto, el tiempo disponible y si se cuenta con el Japan Rail Pass (JR Pass).
A Hiroshima:
- En Tren (Shinkansen): Esta es la opción más popular y conveniente, especialmente para quienes poseen el JR Pass, que cubre la totalidad del trayecto. El Tokaido-Sanyo Shinkansen conecta directamente la estación de Tokio con la de Hiroshima. El viaje en los trenes más rápidos (Nozomi, no cubierto por el JR Pass estándar) dura aproximadamente 4 horas. Con los trenes Hikari y Sakura (cubiertos por el JR Pass), el viaje requiere un transbordo (generalmente en Shin-Osaka o Shin-Kobe) y dura entre 4 horas y media y 5 horas. A pesar del tiempo, es una experiencia en sí misma, cómoda y que permite disfrutar del paisaje japonés.
- En Avión: Varias aerolíneas, incluyendo compañías de bajo coste, operan vuelos desde los aeropuertos de Haneda (HND) y Narita (NRT) en Tokio al Aeropuerto de Hiroshima (HIJ). El vuelo dura aproximadamente 1 hora y 30 minutos. Sin embargo, a este tiempo hay que sumarle los traslados desde y hacia los aeropuertos, que pueden añadir fácilmente otras dos horas al viaje total. Puede ser una opción más económica si se reserva con antelación y sin JR Pass, pero no necesariamente más rápida en tiempo total puerta a puerta.
A Nagasaki:
- En Tren (Shinkansen): El viaje a Nagasaki en tren es más largo y complejo que a Hiroshima. Desde Tokio, se toma el Tokaido-Sanyo Shinkansen hasta la estación de Hakata (en Fukuoka), un trayecto de unas 5 horas. Desde Hakata, se debe tomar el nuevo Nishi Kyushu Shinkansen desde la estación de Takeo-Onsen hasta Nagasaki, conectado por un tren «Relay» desde Hakata. El tiempo total de viaje desde Tokio es de aproximadamente 7 horas. Es una opción viable con el JR Pass, pero requiere un día completo de viaje.
- En Avión: Dada la duración del trayecto en tren, volar es, con diferencia, la opción más conveniente para llegar a Nagasaki desde Tokio. Numerosos vuelos operan desde Haneda y Narita al Aeropuerto de Nagasaki (NGS). El vuelo dura alrededor de 2 horas. Considerando los traslados, el tiempo total es significativamente menor que en tren, convirtiéndolo en la elección predilecta para quienes no disponen de muchos días.
Como podemos ver, tanto Hiroshima como Nagasaki son destinos que marcan a quien los visita. La elección no es sobre qué ciudad es «mejor», sino sobre qué historia resuena más con el viajero. Ambas son un testimonio extraordinario del espíritu humano y un recordatorio vital de que la paz es una elección que debe hacerse cada día.